Frankfurt. Septiembre de 2002
Aunque nos veáis en los talleres de Lufthansa delante de un impresionante motor, este primer viaje a Frankfurt se hizo en tren. Muchas horas de viaje que sirvieron para “hacer grupo”. Eso ayudó bastante al buen funcionamiento. También el esmero con que nos trataron Stefan Haid, Norbert Kelzenberg y Annette Greiner. Desde luego nos lo habíamos ganado con nuestra hospitalidad en Tudela meses antes.
De Frankfurt volvimos contando mil peripecias personales y de grupo. La ciudad y el instituto alemán (Carl von Weinberg Schule) nos sorprendieron por su multiculturalidad. Contábamos con ojos muy abiertos: “un tercio de los estudiantes son de origen no alemán”. ¡Ingenuos! No tardaríamos ni cinco años en encontrarnos nosotros en una situación parecida.
En realidad, en este, como en casi todos los intercambios el auténtico meollo no fue el manejo del idioma, ni las relaciones familiares, ni los horarios tan distintos. Fue y es algo capaz de unir todo ello y llevarlo al lado más material de la vida: las comidas.
Nos desbordó el agua con gas; nos dejaron pasmados los bocadillos de pepino para el almuerzo; más de uno acabó harto de barritas de cereales (bocatas de ribazo las llamaba Sergio Sierra) poco conocidas entre nosotros; hubo quien todavía espera que le digan a qué hora se come en su casa. Contad, contad. También vosotros, alemanes, que en Tudela tuvisteis que aguantar a nuestras bienintencionadas madres obsesionadas porque probarais las alcachofas o el ajoarriero.
Javier PASCUAL, enero 2016