Comentando en una ocasión de dónde nos consideramos cada uno (de donde has nacido, de donde vives y trabajas, de donde han nacido tus hijos… ) Miguel Nanclares, nuestro Orientador, afirmaba “uno es de donde ha hecho el Bachillerato”.
Seguramente no se refería tanto al centro en el que estudiaste como al lugar donde viviste de los 14 a los 18 años, donde alcanzaste esa edad terrible en la que, en palabras de Amaral, “era pronto para todo y tarde para cambiar”.
Con todo, a mí me gusta pensar en el Instituto como un pueblo (he vivido en sitios con muchísima menos población) y en sus alumnos, profesores y trabajadores como en habitantes con un sentimiento de pertenencia a un grupo que marca para siempre.
Es cierto que es un pueblo peculiar. Un día lo abandonas y resulta extraño volver a él. Llega a la cafetería ese ex-alumno o aquel profesor trasladado, nos saludamos, nos damos noticias de nuestras vidas, suena el timbre y nosotros corremos hacia clase, ellos quedan ahí sin apenas sentido en la cotidianidad del centro. Pero hace siglos que los clásicos nos dejaron claro que nada son las calles y las plazas sin sus gentes, las ciudades las forman las personas. No es necesario volver a las aulas, a los pasillos o a los departamentos del Instituto para formar parte de él, de su comunidad.
Buen momento este 50.º aniversario para avivar los lazos de las gentes que han estudiado o trabajado en el Benjamín de Tudela.