¡Eh! ¡Los de los pueblos! Parlez-vous français?
Principios de Octubre de 1978, con la Constitución a punto de salir del horno dejamos el pueblo para comenzar en el Benjamín una nueva etapa educativa. Llegamos a 1º de BUP con la inquietud de enfrentarnos a nuevas exigencias de estudio y sobre todo con la emoción de conocer gentes de otros lugares. Primer día de clase, hacemos el recuento de pueblos: Ablitas, Barillas, Murchante, Cascante, Corella, Cintruénigo, Fitero, Cervera, Castejón, Cabanillas, Fustiñana, Arguedas, Valtierra, Ribaforada, Buñuel y Cortes. Y de Tudela, ¿No hay nadie de Tudela?,¡Qué raro!. Había una razón, todos los presentes teníamos algo en común, mientras que los estudiantes de Tudela ya tenían inglés como lengua extranjera, los de los pueblos, que en EGB todavía seguíamos con el francés, habíamos escogido también este idioma en el bachillerato como asignatura de Lengua Extranjera. Y con ese criterio, habían agrupado las clases. En mi caso, los nacidos en 1964 fuimos el último curso de Ablitas que dimos francés en la escuela. Comenzamos en 5º, a mediados de los 70. La siguiente promoción empezó ya con inglés, adaptándose así a los nuevos tiempos en los que España, por fin, comenzaba a abrirse al mundo.
Recuerdo con claridad la primera clase de francés, Maria Pilar Gargallo, la profesora, entró con gesto serio y porte de institutriz alemana y comenzó a lanzar preguntas en francés a diestro y siniestro, preguntas que casi nadie entendía. “Comment tu t’appelles?” y “Quel âge as-tu?” era lo único que a duras penas acertábamos a comprender. Afortunadamente, un compañero de Valtierra que creo recordar había estudiado en un colegio de curas de Alava, tenía nivel suficiente para mantener una conversación con la profesora y acaparó la atención de la misma. Embobados y sin apenas entender lo que decían, el resto de la clase los escuchábamos hablar mientras rezábamos para no ser el blanco de la siguiente pregunta. ¡Qué mal rato pasamos los que sólo sabíamos poco más que contar hasta cien y cantar “ Il était un petit navire qui n´avait ja ja jamais navigué…”!
Fueron momentos duros los de aquel curso de francés en el que a base de triples saltos mortales, que en algún caso derivaban en calificaciones que se rotulaban en rojo, íbamos adquiriendo un conocimiento de la lengua que, aunque en aquel momento no teníamos edad para apreciarlo, podría tener un valor importante en el futuro.
Pasaban los cursos y el nivel de exigencia seguía siendo alto, hicimos degustaciones de quesos y de chocolates franceses, a través de sus canciones conocimos a Edith Piaf, Yves Montand, Charles Aznavour y Jaques Brel. Terminado COU, decíamos adiós al francés, casi con alivio, sin ser todavía conscientes de la importancia de lo aprendido, sin saber aún cuanto de aquello se había quedado adherido dentro de nosotros.
La universidad y después la mili, muchos años sin contacto con la lengua del amor y la cocina. Y por fin el primer trabajo. Sorpresa, oh là là! los principales clientes son franceses y en la compañía, perteneciente a una multinacional, tenemos colegas también franceses. Es hora de quitar las telarañas del idioma que tanto esfuerzo nos exigió hace ya muchos años en el instituto, es hora de probar si el esfuerzo valió la pena. Compruebo con emoción que el francés no se ha marchado, sólo hay que quitarle el polvo, engrasarlo bien y empujar para que ruede. Y rueda. Estaba listo para acompañarme en oportunidades profesionales que nunca hubiera imaginado cuando en Ablitas, mi pueblo, en quinto de EGB, con Rosa Mari Moreno, aprendimos el verbo “avoir” y la canción del barquito que nunca había navegado.
Oscar Escribano Baigorri
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